Sunday 6 May 2012

Archivos URBEX: "Los cadáveres de Talca" - Un viaje a la génesis del proyecto Óxido Austral.

"Los cadáveres de Talca" - Escrituras de mí viaje:

Vista desde mi ventana
Partí de viaje un día viernes por la mañana, el cielo amaneció cubierto por nubes grises que lloraban sobre las calles de Santiago por mi viaje hacia el sur. Salí apurado para alcanzar el tren y no tuve que esperar ni un segundo en el andén de la estación central; apenas llegué, el tren partió. 


Desde el tren.
El sur me recibió contento con un brillante sol que acaloraba las praderas amarillas silvestres de la primavera del Maule. Mi amigo el Eduardo aun no llegaba a buscarme, así que me distraje un rato mirando la destrozada estación de trenes de Talca; fue el primer cadáver que me encontré durante este viaje en la región; después de un rato llegó mi amigo.

 


Cadáver # 01

Conozco al Eduardo desde alrededor de mis cinco años de edad, éste vive en frente de la casa de mi abuela materna en un pequeño pueblo cercano a la cordillera maulina, “San clemente” el pueblo que abandonó mi madre para irse a vivir a Santiago. Años atrás mis padres me solían ir a dejar a la casa de mi abuela durante algunos días, mientras ellos hacían cambios en la casa; para ellos eran días, pero en mis recuerdos aquellos días eran largos meses. Me acuerdo del momento en que conocí al Edo, fue un día que fui a comprar una Coca-Cola para el almuerzo al negocio que en ese entonces atendía su madre en la casa; justo en ese momento la mamá del Eduardo estaba lavando la ropa y al lado de ella estaba él, con tan solo tres años de vida viendo como su madre echaba a lavar objetos a una ruidosa lavadora; le pedí una Coca-Cola de 2 litros a la señora, y cuando esta fue a buscar la botella, el Eduardo comenzó a imitar a su madre echando varios objetos a la lavadora, como juguetes, floreros y el rollo del papel higiénico… yo sabía que aquellos objetos no debían echarse a la lavadora, pero no detuve al muchacho, yo también quería saber qué pasaba con el papel higiénico si se echaba a lavar. La señora llego con mi pedido y antes de irme le avisé que el Eduardo había echado el rollo dentro de la lavadora, la madre de Eduardo se apresuró a sacar los objetos de la lavadora y le enseño amablemente a su hijo que eso no se hacía, me llamó bastante la atención que no le hubiesen sacado la cresta, si yo hubiese estado en su lugar, a mi me la habrían sacado. Al final me olvidé del papel higiénico; acababa de presenciar uno de los primeros ejemplos de cómo el uso de los golpes no eran necesarios para corregir los errores; fue una de las primeras cosas que descubrí con el Edo, y no sería lo último tampoco.

San Clemente - Campos de trigo.

Esa misma tarde nos echamos a patiperrear por toda la ciudad de Talca, yo no me imaginaba ya hacia donde ir debido a que en mi última visita ya habíamos explorado casi todo el centro, pero el Edo sabía hacia dónde ir, caminamos un buen rato hablando en inglés, ambos nos divertimos bastante diciendo groserías en ese idioma, sobre todo diciendo las británicas. Finalmente ese día terminamos ambos bastante sorprendidos por la jornada. Visitamos una iglesia que fue abandonada debido a daños estructurales por los terremotos de las últimas décadas, "Iglesia del buen pastor". Le pedí al Eduardo que me cuidara la mochila mientras trataba de infiltrarme en la iglesia para tomar algunas fotos. Salte la reja y escalé un pilar de fierro hasta alcanzar la altura de un vitral roto por el cual había posibilidad de ingresar...

Durante este último tiempo me he sentido bastante miedoso. Cuando estaba asomándome en el vitral logré notar a un perro que estaba encerrado adentro de la iglesia, intenté acercarme más para poder ver mejor hacia el interior pero un ligero vértigo comenzó a afectarme, lo cual me pareció extraño debido a que nunca había padecido de aquello antes. Me acobardé y bajé nuevamente por el pilar y llegué hasta donde estaba el Edo sentado en la cuneta al otro lado de la reja, le conté sobre la posibilidad de poder entrar a la iglesia por el vitral, sobre el perro y sobre el problema de que si entraba a la iglesia después tendría que buscar una nueva forma de salir de ella. Escuché mis propias palabras saliendo de mi boca y me di cuenta de que otra vez estaba perdiendo el tiempo siempre acobardándome por pensar qué es lo que va a pasar en el futuro, así que volví a escalar el pilar, salte hacia el vitral, y luego de unos cuantos segundos de mirar el abismo hacia un viejo piso de madera lleno de polvo, me lancé hacia él. El eco de mi caída se escucho por toda la iglesia, pero el perro que había adentro no emitió ladrido alguno; una vez dentro corrí hacia el altar y me subí rápidamente a una mesa de mármol para prevenir que el perro me mordiera, el perro me vio y se acerco lentamente hacia a mi moviendo la cola, no era un perro bravo, solo estaba aburrido dentro de la iglesia; al igual que como yo me aburría de niño cuando tenía que ir a misa los domingos. Saqué varias fotos dentro de la iglesia, y fue inevitable no parar de recordar mis tiempos de niño católico; ese tiempo en el que al sentir algún tipo de miedo solo bastaba con arrodillarse enfrente de alguna estatua para pedir que todo pasara. Por aquellos tiempos mi mayor miedo era el diablo, después fui creciendo y el miedo al diablo se esfumó, pero llegaron muchos otros miedos, el miedo a la gente, el miedo a las enfermedades, el miedo a las perdidas, el miedo al amor, y muchos otros miedos que ni siquiera recuerdo en este momento. Sentí que de alguna forma aquella iglesia abandonada representaba el presente de aquella parte de mi pasado, algo olvidado, en donde ahora solo quedan rastros superficiales, como los santos coloridos de los vitrales rotos, como la estatua de la virgen María envuelta en plástico, como la cruz que quedó colgada en aquel altar; todo solo objetos que simbolizan una fantasía infantil que abandoné hace varios años atrás. Al final, no me costó encontrar la salida, salí de la iglesia y me encontraba nuevamente en el mundo exterior, en donde cada día que pasa debo enfrentarme a los miedos que los santos ya no pueden resolver por mí. El Eduardo seguía sentado en la cuneta esperándome, me acerqué a él, le pedí todas mis cosas y le dije que un montón de gente me acababa de ver saliendo lleno de polvo como un delincuente, saltándome la reja trasera de la iglesia, así que nos echamos a correr dejando atrás al segundo cadáver que presencié en este viaje.









  Cadáver # 02

Este año he viajado harto. Partí viajando a Valparaíso para recibir el año nuevo, después hacia una isla del sur para pasar el verano con unas amigas. Al volver a Santiago comencé a visitar muchos lugares que no conocía, muchos de estos lugares son lugares abandonados, hospitales, estaciones de trenes, laboratorios, industrias, recintos militares, entre varios otros; los cuales decidí coleccionar a fines del año pasado mediante fotografías. Pero no tan solo he viajado por estos lugares que acabo de nombrar, este año también viaje por realidades fantásticas y por realidades terroríficas, a las cuales se acceden a través de los estados alterados de la mente. Todos estos viajes han sido bastante largos y de corta distancia. Varias veces me pregunté a mi mismo por qué he estado viajando por todos estos lugares, en especial por los lugares abandonados, intenté todas esas veces responder a mi propia pregunta pero solo hasta hace poco pude encontrar la respuesta; todo lo que necesitaba era viajar hasta donde un amigo.

Eduardo - Praderas de San Clemente.
Al dejar atrás la iglesia abandonada el Edo me llevó a un río color café, llamado “Río Claro”, nos alejamos de la gente y nos sentamos debajo de un sauce a fumar marihuana; esta era la primera vez que íbamos a fumar en compañía de solo nosotros mismos; calada tras calada el efecto mágico de la hierba se apodero de nosotros y comenzamos a caminar por la orilla del río, fue ahí cuando nos encontramos al tercer cadáver del viaje, la cabeza mutilada de un pez, al lado crecían una bonitas flores amarillas que le adornaban, solo le tomé una fotografía y seguimos la caminata.

Cadáver # 03
El Edo y yo no podíamos evitar sonreír de la nada, gozábamos de una perfecta tarde similar a las de los días de verano, en aquel tipo de clima iniciamos nuestra amistad años atrás, siempre paseando por los potreros de San Clemente. La felicidad se había apoderado de ambos y yo comencé a expresarle lo contento que me sentía de estar ahí, necesitaba aires distintos a los de Santiago; a los de mi casa; a los de todo mi entorno; alejarme. Le pregunte al Eduardo si es que acaso a él le había surgido la misma necesidad alguna vez, y me respondió que sí; le pregunte hacía donde se iría si pudiese, éste me respondió que al sur y luego devolvió pregunta… mi respuesta estaba en todos los lugares que he estado visitando desde hace tiempo, las ciudades, los pueblos, los lugares abandonados, las realidades fuera de la sobriedad; desde hace mucho tiempo que he estado “alejándome”, en especial visitando aquellos lugares como la iglesia abandonada de ese mismo día; al entrar aquellos lugares me alejo totalmente del exterior del cual deseo escapar, es una dimensión distinta, es como si la cabeza mutilada de ese pez de la orilla del río estuviese dentro del agua a salvo junto a su cuerpo, lejos del exterior, nadando por donde le plazca y le sea posible moverse. El Edo no me preguntó cuál era la razón por la cual me he estado alejando, el Edo no pregunta esas cosas, El Edo solo está ahí incondicionalmente, el Edo es mi amigo.

Después de ese momento en el que por fin descubrí junto a mí amigo la respuesta a la pregunta que solía hacerme varias veces con respecto a por qué me he encontrado viajando últimamente, la jornada siguió del todo normal, tan solo nos encontramos con unas ruinas raras de una edificación de tres pisos enterrada en la tierra.






Cadáver # 04 

Luego nos topamos con el reino de las lagartijas multicolores en donde había escondida entre las floridas praderas silvestres, una vieja fábrica abandonada cuya gigantesca chimenea era lo único que se veía en los cielos desde largas distancias.











Cadáver #05

Finalmente cayó el atardecer y partimos a San Clemente.


Octubre 2011.